jueves, 6 de noviembre de 2014

Good morning, Columbus

¿Listo? ¿Quedó tranquila?
Cuánto odio ser yo en este instante y tener que plantarme frente a personas que saben que me juego más que una conversación casual, dejando que me juzguen, que discutan a mi espalda sobre mi "rendimiento" y donde tengo que mirar a la cara mientras me ofenden con prejuicios o me hieren con verdades que no he logrado asumir.
Quizás no fue para tanto, ¿todo tan grave? me dice, y no, no es tan grave, si lo pasé horrible y si me cansé y no quiero más y ya me da igual qué consecuencia quiere hacerme pagar y me duele no poder seguir cumpliendo, pero no puedo y no lo haré.
Me dice que es mi falta, y si lo es. Me dice que también es su falta y sé que la mía es la que más pesa, y si yo le bajé el perfil a mi trabajo, allá definitivamente no cuenta y después me pregunta por qué lloro. Ya no lloro, pero no le digo, y no sé como fue que se me humedecieron los ojos y tuve que por un instante agachar la cabeza mientras revolvía la cartera buscando pañuelos. Me pregunta si lo estoy pasando mal y no le digo nada porque no sé que decir pero en realidad me estoy maldiciendo por dentro porque lo único que llevé fue la coraza del cansancio y el desinterés en las consecuencias y de pronto la coraza seguía ahí pero la herida que ocultaba escocía, y me sentí débil y estúpida y me fallé en la única cosa que me prometí. 
Me tragué parte de las ganas de llorar, porque quería llorar pero no ahí, quizás en el metro, pero en el metro hundí la nariz en libro, así que tal vez cuando llegara a mi casa, encerrada en mi pieza, pero mi pieza estaba tan agradable que dejé que me envolviera el sueño. 
He vivido lutos amargos, silenciosos y de duración exagerada, y es a lo que he renunciado porque hastía y ya tuve más que suficiente. 
Quiero paz pero estoy cansada, muy cansada, porque soy la pendeja de veintitrés más vieja de la comarca.
Sé que no puedo huir eternamente de mi misma, pero me agobia y vuelve esa sensación de que me sé los finales donde la única solución es que yo sea siempre la que termine cediendo. Sé que en algún momento de mi vida todo esto ya no me va a importar, pero eso no es consuelo y pensándolo bien es probable que si me importe cuando necesite excusas para odiarme y las encuentre fácilmente al liberar de culpa a todo el resto de los involucrados excepto a mí.
Anhelo un equilibrio que no vive en mí, no sé donde encontrarlo, tal vez no existe pero necesito que exista.
¿Está conforme? y le respondo que sí para que se acabe la conversación. En realidad estoy indiferente. Fue una conversación más o menos como lo que esperaba que fuera, sólo que en algún momento abordamos el punto crítico de mis defectos, ese punto que aún escuece, donde sobrestimo el límite de mi paciencia pretendiendo olvidar y dejar pasar más cosas de las que logro soportar, hasta que el amor propio aparece tras tocar fondo y se impone a la paz que pretendo mantener y exploto con rabia hacia mi misma por dejar que me pasen a llevar con mi propio consentimiento.
Hoy me dolió más de la cuenta tal vez cuando recordé la dureza de las palabras que no dijeron nada muy distinto a lo que escuché hoy. No me había dado el tiempo de analizar qué fue lo que me rompió ni por qué y hoy sin proponermelo logré entender que tal vez no fue la dureza, sino la intención de enjuiciarme, me dolió descubrir de pronto que estaba siendo sometida a una evaluación sin saber que había agotado toda oportunidad de error, sin espacio para apelar, y permitir que se me asignara toda la responsabilidad del desenlace aunque ni siquiera tan en el fondo sabía que no tenía sentido creer algo así.
El resto fue pecar de ingenua, confiada, estúpida, como sea, pero no es algo de lo que quiera aprender. No es algo de lo que tenga sentido arrepentirse, ni algo por lo que tenga que sufrir.

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