martes, 11 de noviembre de 2014

Slow motion

De pronto estoy tranquila, agradecida de las circunstancias azarosas y orgullosa de no intervenir esta vez para trastocar el curso razonable de mis días. Dejo que se me escape el deseo con un toque de esperanza infundada que cuelga de un lazo tan cercano como presto a desaparecer con el tiempo. 
De pronto el pensamiento se vuelve persistente. Y lo que al principio derramaba esperanza ahora luce enfermizo, porque quisiera hacer algo, pero ya he actuado antes. Ya he alterado lo que podría ser normal y saludable y lo he convertido en destrozos que por más que intente ignorar no puedo.
Por una vez me detengo y es mi misma voz la que reclama porque no soporto estar de brazos cruzados. Que nunca me arrepienta de las cosas que no hice, digo, pero tampoco es que no me arrepienta de las cosas que si hice. Quisiera saber cuán equivocada estoy esta vez, porque soñar para extender un tiempo inexistente es lo que menos necesito, tal vez, pero es lo que me ha mantenido cuando todo lo demás amenaza con desaparecer.
Hay tanto que ya ha salido mal en el pasado que la idea de arriesgarme una vez más me invalida y sienta un precedente, uno de los peores precedentes de mi propia historia. Y no es tan sólo el hecho de arriesgarme, lo que en realidad me abruma es recordar todas las consecuencias nefastas con las que sigo cargando, presa de rencor o en la barca del olvido, sin distinguir cuál de las dos es la peor forma de avanzar. 

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