Igual me da miedo enloquecer. Despertar y descubrir que no puedo pensar en nada más, pero no, aún no.
Sé que de otro modo estaría en este instante envuelta en ese sabor amargo que dejan las despedidas forzadas por el sentido común, la distancia, la diferencia, o la excesiva similitud (I don't think so btw). Repito mentalmente y esta vez no me odio. Me agrada recordar que el azar decidió jugar a mi favor, que la vulnerabilidad no me impidió reír y que el pie que me sujeta a la tierra se mantuvo firme sin inundar de pesimismo el resto de mí. Me reconforta reconocer la sensación mutua, la cercanía inexplicable, el agradecimiento sincero, la puerta entreabierta que no es necesario forzar. De cierto modo estoy agradecida, y si no es del todo es porque me ilusiona la idea y no sé cómo restaurar la confianza en mi propia decisión.
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