sábado, 4 de octubre de 2014

why do I

Le sonrío. No, les sonrío, aunque a veces no lo logro y sale una mueca horrorosa. Al menos tengo fuerza, eso es lo que me repito, aunque en mi interior siempre he sabido que lo mío no es la fuerza.
Tal vez es mi culpa, no es que quiera andar comparándome, pero si soy genuinamente feliz por las personas cercanas que han logrado tanto estando en esta vida la misma cantidad de años que yo. Intento ser feliz por mí, pero me cuesta litros de agua salada, porque es difícil, de verdad que lo es.
Y porque nadie lo dice, al menos no en mi cara, pero ahí quedó la excelente alumna responsable. Siete años para sacar una puta carrera, trabajando gratis para hospitales y clínicas y por pagas ratonas en trabajos que nunca logré tomar muy en serio.
La universidad no lo es todo, pero me pesa más que los pies cuando intento levantarme en la mañana.
No tiene idea lo que quiere, le digo, ¿y tú qué quieres? y no sé que decir. Me desvío porque soy la reina de las causas perdidas, pero ya no quiero, nunca más.
No creo que esta vez sean cosas imposibles, pero están a una distancia tan abrumadora que a veces las pierdo de vista. Me agarro del presente pero cojea, miro hacia atrás y veo tanto odio a mi misma que me inmoviliza. A veces ahuyento el pasado, y el odio y el dolor se pierden también junto con las cosas bellas que me negué a apreciar en su momento. 
Por otro lado escogí una señal tangible. Suena demasiado etéreo pero me tranquiliza al menos. Intento reconciliarme y dejar de ver al universo como antagonista, convertirlo en cómplice mientras me refugio en mí.
No creo que esto sea miedo. Tal vez sí cansancio, ese que sienten las personas que han vivido mucho tiempo, sólo que no he vivido y no siento siquiera que esté viva. 
La joven de 23 años más vieja de la historia.

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