Hago los pasos que nunca ensayé pero algo me dice que siempre los supe, desde un principio. Me corrigen, pero no me importa. Sigo, pero no quiero. Soy parte de un show sin sentido, un baile improvisado con trajes coloridos, en un idioma que ni nosotros entendemos. Intentamos descifrar lo que dice a medida que la canción avanza, aparecen personajes nuevos de la nada con trajes cada vez más brillantes que deslumbran con la perfección de sus movimientos. El público está inmóvil, pendiente de su propio turno en el espectáculo hasta que de pronto todo se acaba, termina en un punto muerto que tomamos con seriedad. Pasamos frente a la galería ofreciendo las sobras, vendiéndolas a incautos que se han demorado en partir. No creo en el negocio y se nota. Que delicia sería si la mentira no estuvieran tan a la vista. Si no se leyeran las ganas de succionar hasta la última gota de escepticismo, para vanagloriarse cuando la razón se rinde y el cuerpo inerte se desprende de lo que tiene, entrega y pierde.
Es esto un trozo del gran espectáculo de la vida. Un concurso de talentos, una guerra contra la lentitud. Que si tan larga crees que es la vida que no la quieres alcanzar o si tan corta procuras que sea que avanzas rápido dejando todo atrás. Pesa el tiempo que dejas pasar tanto como el tiempo que ya pasó. Pesa el engaño que trae paz tanto como la verdad que causa disturbios.
La podredumbre que intentaba erradicar aflora sin permiso, como una enredadera presta a cubrir la salida. La prisión interna ya no es sólo interna, es una cárcel de vidrio, una vitrina que el espectador que ose a mirar al lado nunca podrá descifrar del todo. El brillo a veces encandila, la oscuridad es tan uniforme que hace que todo quien la presencie pierda interés. Es un espectáculo que vale la pena, lleno de matices invisibles para quienes siempre tienen la razón, únicamente visibles para quien luego de admitirse grisáceo, descubre la empatía y la bruma de infinitas densidades que cubre todas las estructuras, la misma bruma inverosímil que agobia y se transparenta a ritmos incalculables e imposibles de seguir.
lunes, 17 de noviembre de 2014
martes, 11 de noviembre de 2014
Slow motion
De pronto estoy tranquila, agradecida de las circunstancias azarosas y orgullosa de no intervenir esta vez para trastocar el curso razonable de mis días. Dejo que se me escape el deseo con un toque de esperanza infundada que cuelga de un lazo tan cercano como presto a desaparecer con el tiempo.
De pronto el pensamiento se vuelve persistente. Y lo que al principio derramaba esperanza ahora luce enfermizo, porque quisiera hacer algo, pero ya he actuado antes. Ya he alterado lo que podría ser normal y saludable y lo he convertido en destrozos que por más que intente ignorar no puedo.
Por una vez me detengo y es mi misma voz la que reclama porque no soporto estar de brazos cruzados. Que nunca me arrepienta de las cosas que no hice, digo, pero tampoco es que no me arrepienta de las cosas que si hice. Quisiera saber cuán equivocada estoy esta vez, porque soñar para extender un tiempo inexistente es lo que menos necesito, tal vez, pero es lo que me ha mantenido cuando todo lo demás amenaza con desaparecer.
Hay tanto que ya ha salido mal en el pasado que la idea de arriesgarme una vez más me invalida y sienta un precedente, uno de los peores precedentes de mi propia historia. Y no es tan sólo el hecho de arriesgarme, lo que en realidad me abruma es recordar todas las consecuencias nefastas con las que sigo cargando, presa de rencor o en la barca del olvido, sin distinguir cuál de las dos es la peor forma de avanzar.
De pronto el pensamiento se vuelve persistente. Y lo que al principio derramaba esperanza ahora luce enfermizo, porque quisiera hacer algo, pero ya he actuado antes. Ya he alterado lo que podría ser normal y saludable y lo he convertido en destrozos que por más que intente ignorar no puedo.
Por una vez me detengo y es mi misma voz la que reclama porque no soporto estar de brazos cruzados. Que nunca me arrepienta de las cosas que no hice, digo, pero tampoco es que no me arrepienta de las cosas que si hice. Quisiera saber cuán equivocada estoy esta vez, porque soñar para extender un tiempo inexistente es lo que menos necesito, tal vez, pero es lo que me ha mantenido cuando todo lo demás amenaza con desaparecer.
Hay tanto que ya ha salido mal en el pasado que la idea de arriesgarme una vez más me invalida y sienta un precedente, uno de los peores precedentes de mi propia historia. Y no es tan sólo el hecho de arriesgarme, lo que en realidad me abruma es recordar todas las consecuencias nefastas con las que sigo cargando, presa de rencor o en la barca del olvido, sin distinguir cuál de las dos es la peor forma de avanzar.
jueves, 6 de noviembre de 2014
Good morning, Columbus
¿Listo? ¿Quedó tranquila?
Cuánto odio ser yo en este instante y tener que plantarme frente a personas que saben que me juego más que una conversación casual, dejando que me juzguen, que discutan a mi espalda sobre mi "rendimiento" y donde tengo que mirar a la cara mientras me ofenden con prejuicios o me hieren con verdades que no he logrado asumir.
Quizás no fue para tanto, ¿todo tan grave? me dice, y no, no es tan grave, si lo pasé horrible y si me cansé y no quiero más y ya me da igual qué consecuencia quiere hacerme pagar y me duele no poder seguir cumpliendo, pero no puedo y no lo haré.
Me dice que es mi falta, y si lo es. Me dice que también es su falta y sé que la mía es la que más pesa, y si yo le bajé el perfil a mi trabajo, allá definitivamente no cuenta y después me pregunta por qué lloro. Ya no lloro, pero no le digo, y no sé como fue que se me humedecieron los ojos y tuve que por un instante agachar la cabeza mientras revolvía la cartera buscando pañuelos. Me pregunta si lo estoy pasando mal y no le digo nada porque no sé que decir pero en realidad me estoy maldiciendo por dentro porque lo único que llevé fue la coraza del cansancio y el desinterés en las consecuencias y de pronto la coraza seguía ahí pero la herida que ocultaba escocía, y me sentí débil y estúpida y me fallé en la única cosa que me prometí.
Me tragué parte de las ganas de llorar, porque quería llorar pero no ahí, quizás en el metro, pero en el metro hundí la nariz en libro, así que tal vez cuando llegara a mi casa, encerrada en mi pieza, pero mi pieza estaba tan agradable que dejé que me envolviera el sueño.
He vivido lutos amargos, silenciosos y de duración exagerada, y es a lo que he renunciado porque hastía y ya tuve más que suficiente.
Quiero paz pero estoy cansada, muy cansada, porque soy la pendeja de veintitrés más vieja de la comarca.
Sé que no puedo huir eternamente de mi misma, pero me agobia y vuelve esa sensación de que me sé los finales donde la única solución es que yo sea siempre la que termine cediendo. Sé que en algún momento de mi vida todo esto ya no me va a importar, pero eso no es consuelo y pensándolo bien es probable que si me importe cuando necesite excusas para odiarme y las encuentre fácilmente al liberar de culpa a todo el resto de los involucrados excepto a mí.
Anhelo un equilibrio que no vive en mí, no sé donde encontrarlo, tal vez no existe pero necesito que exista.
¿Está conforme? y le respondo que sí para que se acabe la conversación. En realidad estoy indiferente. Fue una conversación más o menos como lo que esperaba que fuera, sólo que en algún momento abordamos el punto crítico de mis defectos, ese punto que aún escuece, donde sobrestimo el límite de mi paciencia pretendiendo olvidar y dejar pasar más cosas de las que logro soportar, hasta que el amor propio aparece tras tocar fondo y se impone a la paz que pretendo mantener y exploto con rabia hacia mi misma por dejar que me pasen a llevar con mi propio consentimiento.
Hoy me dolió más de la cuenta tal vez cuando recordé la dureza de las palabras que no dijeron nada muy distinto a lo que escuché hoy. No me había dado el tiempo de analizar qué fue lo que me rompió ni por qué y hoy sin proponermelo logré entender que tal vez no fue la dureza, sino la intención de enjuiciarme, me dolió descubrir de pronto que estaba siendo sometida a una evaluación sin saber que había agotado toda oportunidad de error, sin espacio para apelar, y permitir que se me asignara toda la responsabilidad del desenlace aunque ni siquiera tan en el fondo sabía que no tenía sentido creer algo así.
El resto fue pecar de ingenua, confiada, estúpida, como sea, pero no es algo de lo que quiera aprender. No es algo de lo que tenga sentido arrepentirse, ni algo por lo que tenga que sufrir.
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