sábado, 18 de enero de 2014

A diez años luz del mañana.

Amo sentirme libre tal vez con la misma intensidad con que mi subconsciente se empeña en crear límites y convenciones morales inaplicables en la vida real. O en mi vida real.
Siempre he temido convertirme en desalmada, indolente y a descubrir en mí una personalidad adictiva. Intento no sentirme miserable y esta vez no lo hago, pero no sé qué tan bien está el que ahora me resulte. No sé que tan apropiado sea aceptarme así. Volver a levantarme como si fuera a prueba de balas luce demasiado parecido a la indiferencia que otorga la ceguera y exceso de confianza. Nunca había estado de este lado. De mi lado. Y no sé que tan peligroso puede ser.
No tengo ganas de torturarme esta vez. Tampoco tengo ganas de humillarme, aunque me resulta demasiado fácil idear métodos para hacerlo. Muero por volver a sentir algo que me convenza, pero sigo sin saber cómo. Sigo sin permitirme sentir en realidad. Extirpé gran parte de lo que me movía y temo que sea el remanente lo que me mantiene de pie, sumado a mi propia complicidad. Esa complicidad que me hace expresar que no sé qué es lo que estoy buscando para mi, siendo que lo encuentro cada noche mientras intento dormir. 
Odio ser patética. Odio sentirme así. Ya no odio ser transparente al menos. Ni odio ser risueña ni ultrasensible. De cierto modo intento aprender a valorar mi esencia. Lo cual se me hace difícil porque me genera un quiebre cada vez que lo razono; el saber que es mi propia esencia la que me vuelve repulsiva para quien más he amado.
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