lunes, 3 de junio de 2013

Ser todo lo que puedo ser.

Mi cara no era la misma, pero sabía que era yo.
Hablaba con más indiferencia, con más gracia, con más espontaneidad.
Por alguna razón quería llorar, aunque era más que eso. Huía del castillo, del fuego, de la soledad. Corría y llegué al mar.
Seguí corriendo, directo al agua. Cruzó por mi mente todo lo que mi bolso contenía, pero seguí sin detenerme a quitarme la ropa, sin importarme nada más que el fin
Quise arrodillarme, que me llevara el mar. 
En lugar de eso, cuando el agua me llegaba a la cintura, bajé una mano y acaricié la superficie del agua. Di media vuelta y llegué a la arena, donde alguien familiar y a la vez ajeno a lo que hacía, me esperaba. 
Tiré con rabia mi bolso, y percibí otra mirada llena de compasión.
De la nada, me ofrecía su espalda, y dejé que me cargara.
No me importaba calmar a nadie, tranquilizar a nadie ni hacer sentir bien a nadie. Me afirmaba de sus hombros sin afecto, sin sonreír. 
Tocaba las hojas de los árboles, disfrutaba del viento, pero lo hacía por mí.

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