Escribir también es cíclico, al menos para mí. A veces lo hago para convencerme de que existo, de que siento y que avanzo, porque en parte me valida. Y eso mismo se convierte en un problema, la reina de la omisión, del invalidar lo que no se verbaliza. Es una triquiñuela tonta, que me salva pero me hace desaparecer.
Ahora si, me dice. Hablemos de eso que no te gusta hablar. Eso que odias traer de vuelta a la vida porque llevas años intentando deshacerte de cada emoción que te produce al pensar.
Como si el olvido cambiara el pasado, como si el pasado no fuera más que un papel pintarrajeado de vida que se puede arrugar y reducir hasta que quepa en esa ranura ínfima por donde se escurre la lectura risueña de mis momentos felices.
Y entonces hablo.
Y entonces lloro.
Y comienza el desfile que encabezan los rencores viejos, palabras que dolieron por su dureza y otras porque que no fueron dichas. Metas en las que no creí, anhelos carentes de sentido que pretendí jamás haber poseído. El dolor de todas las veces en que me he roto y la indiferencia con la que rompo y digo no.
No es fácil admitir que se es justamente lo que sé que no debería ser. Me importa demasiado la opinión de los demás. Decirlo me hace sentir estúpida y no decirlo no cambia realmente nada.
A veces me aparto de la parte técnica, pero vuelvo a la esencia, en distinto grado, por distinta gente. Me esmero para estorbar lo menos posible y en cambio dejo que echen abajo lo mío. Intento aceptarlos a todos sin ningún reparo y a la vez acepto toda clase de reclamo en mi contra. Me entreno para recibir quejas gratuitas y nunca jamás quejarme.
Se me escapa mi propio referente porque también sin quererlo dejé que el recuerdo de una vieja chica mal genio y triste tapara recuerdos de mi niñez donde también era de risa fácil, de espíritu aventurero, respetuosa, cariñosa, entusiasta y con un amor inentendible al aprendizaje.
No es tan malo hacer una limpieza mientras sienta y sepa que aún estoy a tiempo.
Porque estoy a tiempo, independiente de los episodios grisáceos que amargan el trayecto, estoy a tiempo.
Digna, me dice, y me imita. Y me da risa. Y algo cruje, se quiebra y se aleja porque es libre.
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