El temor a no decepcionar me confundía, aunque en esas épocas nunca me robó energía.
En todas partes había reglas, en el colegio, en la iglesia, en scout, en el coro, en la casa... dudo que se haya podido decir de mi alguna vez que no sabía comportarme. En la casa era el único lugar donde los límites nunca fueron establecidos con claridad más que cuando con inocencia los rompía y mis papás me retaban por algo que no tenía forma de saber que estaba mal.
En mi casa se lee, vemos series y películas pero somos malos para la tele. Cuando me miran raro amplío diciendo que mi mamá es profe de lenguaje, pero esa es una historia donde yo no veo la relación, pero a las personas las suele dejar conforme. Mi papá era el que nos leía cuentos antes de dormir. A veces nos ponemos un horario -que siempre se atrasa- y nos juntamos los cuatro a ver una serie que elegimos entre todos. Los domingos madrugamos sin reclamar si es para ir al cine que abra más temprano. Difícil que prendamos la tele si no es para conectar el computador o prender el bluray.
Cuando chica no leía tanto. A veces me contentaba con los libros que nos daban en el colegio y en vacaciones leía porque todos lo hacían en la casa, teníamos una sola tele y no había internet. Fue después, supongo, cercano a los tiempos de JK Rowling y Dan Brown, pero nunca me consideré abiertamente como buena lectora. Llamarse a si mismo un buen lector lo encuentro tan superfluo como declararse melómano. Nunca supe si el término era apropiable sólo para los que leen mucho según alguna medida universalmente desconocida o quien lee lo que hay que leer o quien ha leído muchos clásicos o quien se enamora -de forma genuina o no- de los clásicos o cualquier otro libro que no sea best seller y que además desprecia los best sellers por su número de venta.
A veces ni siquiera mencionaba la lectura como pasatiempo por miedo a que me preguntaran qué leo y a escuchar sermones de por qué no debería leer eso. Es probable que más de alguien hubiese terminado convenciéndome para que me dejara de gustar alguno de mis libros favoritos; consecuencia del placer de cuestionar frente a un carácter tan débil como el mío.
En cuanto a cómo leer, antes ni siquiera se me pasaba por la cabeza dejar un libro a medias, saltarme páginas o no usar marcapáginas. Como si encontrarme con un libro que no me atrapara fuera pecado. Como si olvidar en qué parte iba o leer dos veces un párrafo equivaliera a salirse de la regla. Como si leer un libro de principio a fin fuera la única forma de leer. Como si algún día me fuese a enfrentar a alguien con poder para recriminarme la forma en que disfruto de la lectura.
En el colegio nos enseñan la lectura como un suplicio. Lea estos libros en estos plazos, entiéndalo en lo posible igual que el profesor, analice a tal personaje, elucubre acerca de la intención del autor.
Leer en verano era la rebelión a todo eso. Entendía como me diera la gana, me demoraba días, semanas o meses, odiaba a personajes sin motivo, me enamoraba de otros por cómo me los imaginaba y extraía sin regla la esencia.
Mi mamá era la recomendadora oficial, nos traía libros de la biblioteca de su colegio o a veces del bibliometro. Un día llegó con un libro para mi hermano en inglés. La versión en español aún no llegaba, pero igual me costó un buen tiempo animarme a leerlo. Aún me enorgullece haber tomado esa decisión a pesar de mi histórica inseguridad y falta de confianza.
Mi colección de libros sigue siendo la más chica de la casa; mi mamá lee tantos libros simultáneos que ya me pierdo en sus recomendaciones y con mi hermano, el segundo a bordo en el barco de las recomendaciones, no siempre convergemos en cuanto a temática.
Leer da tanta libertad como la que uno elige, aunque me costó varios años entenderlo así.
Nunca he sido muy buena criticando gustos ajenos ni recomendando libros. Antes era por respeto, inseguridad o porque me intimidaba la opinión del resto. Ahora ya sin tanto miedo a las críticas, entiendo que hay demasiadas maneras de interpretar un mismo fragmento y nadie puede asegurar que todos sentirán el mismo deleite tras leer las mismas palabras al ser imposible anticipar el impacto de algo así.
Me gusta la gente que lee, en parte por capricho y en parte porque la lectura siempre algo deja. Alguna palabra nueva, algún ejemplo o alguna idea errada que insta a no replicarla. Algo uno aprende y algo uno apropia también.
Larga vida a las historias que abstraen, que cautivan, entristecen, enamoran y que sobre todo perduran alcanzando a tantas personas distintas <3