lunes, 20 de febrero de 2012

Reemplazo en el Hospital San José. Día uno

Debo ser exasperante cuando no me siento cómoda.
Obvio que si, es mi área, pero no sé casi nada. Y me paso mil rollos, de pacientes muriendo porque en lugar de darle paskisjkdaorilil, como decía la receta (...), yo les mandé paracetamol. 
Me sentiría muchísimo más cómoda si supiera para qué chuchíngale sirven las cosas. Además me estresa ser una carga, retrasar a la gente, andar preguntando y no saber que hacer. Recién cuando hice la práctica el año pasado noté que por mucho que tuviera ganas de esconderme para no ser un estorbo, no podía andar disculpándome todo el día, porque seguro que eso es trescientas veces más molesto. Y porque estaba donde tenía que estar.
El sentido de pertenencia lo he desarrollado al mínimo, por el cuadradismo de pensamiento y por miedo quizás a cualquier grado de arrogancia. Pero no puedo jactarme de eso cuando en lugar de hacerme sentir triunfadora frente al mal, me quita la paz de los momentos que bien podrían haber sido momentos de felicidad. 
Me produce dilema afirmar que no podría haber hecho mejor las cosas, porque realmente lo creo y me quema ver como se contradice con el espíritu de superación que abunda en esta etapa, pero en realidad me trae tranquilidad, sobre todo cuando logro aceptar que no soy del todo incompetente, argumentando que es la competencia que me corresponde siempre y cuando logre pensar con la cabeza fría al momento de valorar el trayecto.
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No me quejo porque ñlaskd. Pero si tuviera la posibilidad de elegir, elegiría vacaciones de verdad, sin la presión del semestre a medias, sin sacrificios extras por muy por mi bien que sean.

jueves, 16 de febrero de 2012

Día cero

Llegar a un punto y asignarle valor por su sola existencia es un ejercicio admirable y complicado pese a que su resultado es un exponente de la sencillez. Aún así, la selección del punto de inflexión, partida o final, no responde a otra cosa más que una opción, por mucho que se encause en función de la neutralidad que otorga la aceptación del presente como el propio destino.
En verdad siempre me ha dado flojera discutir, en parte porque me anticipo a mi eventual ruptura de convicciones ocasionada por la posible fragilidad de carácter que llevo como emblema. No estoy muy segura de ninguna de estas cosas pero el flamante orgullo que poco me gusta admitir, y la poca tolerancia al fracaso, como alguien definió mi recelo cuando era chica, me hacen desear encausarlo todo a un estado donde no se note mi existencia. Ahí nadie cuestiona ni rebate o resquebraja sueños demenciales, creencias anticuadas, esperanzas carentes de fundamento. Ahí donde no hay diferencia;  donde la consecuencia única va por mi cuenta y el sentido de consecuencia es casi un suicidio.
Todo esto partió como una tarea. Un mes, aunque temo que se alargue, tratando de evitar subestimar mi punto de vista ni amontonar emociones acrecentando el rencor. 
Confío que del silencio haya aprendido, que el tacto no se me escape, que no se esfume la discreción; haber creado en el trayecto el juicio para distinguir la palabra innecesaria y dañina de la palabra saludable; que la aversión al cambio no me detenga del todo, que el amor propio se engrandezca al abandonar el control de mi reflejo y no así al revés.
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Mi punto son los 21. Ningún otro cumpleaños ha significado algo, más que la certeza de recordar una vez al año lo que significo en quienes tengo cerca. Veintiuno es un número que jamás significó algo para mi. Puede que en algún momento lo haya despreciado por ser impar o porque a veces lo confundía con un número primo. Veintiuno ahora hasta me produce cierta gracia, veintiuno, la mayoría de edad. Pese a que continúa siendo un simple número, me recuerda que es tiempo quizás de abandonar la predisposición a la fragilidad.  Que es absurdo aferrarse a las trabas impuestas.
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"Then a mighty hand comes down.
And we think that we are saved, but the hand is made of clay..."
Hadlock Padlock (K.Dawson)