— Romper los cristales, llorar, esperar.
Quisiera dejarlo callado y triste, pero en lugar de eso, me guardo el final del discurso que nunca empecé. Y a eso se reduce todo.
A veces quiero sacar en cara el origen de la desconfianza y de ese dolor añejo por el que aún parpadeo fuerte cada vez que lo menciono... pero es inútil. Absurdo e inútil y comprenderlo así es lo que lo hace más decepcionante.
Porque la vida sigue y esa es su única virtud. No es la forma en que parece llevarse o traer el equilibrio, tampoco la forma en que nos muestra todo lo que abarca o limita. La vida sigue y obliga, ata, silencia.
Sigo yo con ganas de recomponer mi mundo, mientras veo que a lo único que me limito es a una mueca de reprobación. Soy un tema pasajero al que se recurre para aumentar alguna autoestima ajena; un conjunto de actitudes infantiles y repugnantes a las que se puede recurrir cuando se olvida por qué ya no estoy. Soy un argumento inválido con falta de perspectiva, y el elemento moldeable que otorga la razón. Soy justo lo que se necesita odiar y olvidar. Mi mundo y el mundo sigue, sin importar cuánto odie a lo que me he reducido, y afirmarlo así es un error terrible, porque sé que me estoy centrando en un universo pequeño y que reduce su tamaño con el tiempo y la vida.
Ni yo comprendo por qué me perturba tanto, ni por qué esa sensación se hace recurrente, aún cuando sinceramente ya no anhele volver en el tiempo, aún cuando ya no busque ni espere. Ahora, cuando no tengo ganas de recordar, y cuando lo hago no se me nubla la vista; cuando mi propia cordura ya no requiere señales.
Me acostumbraría a la idea si hacerlo no me obligara a renunciar y verme insignificante. Aunque en realidad lo hago, me acostumbro, aunque con eso muera un poco.
Ni yo comprendo por qué me perturba tanto, ni por qué esa sensación se hace recurrente, aún cuando sinceramente ya no anhele volver en el tiempo, aún cuando ya no busque ni espere. Ahora, cuando no tengo ganas de recordar, y cuando lo hago no se me nubla la vista; cuando mi propia cordura ya no requiere señales.
Me acostumbraría a la idea si hacerlo no me obligara a renunciar y verme insignificante. Aunque en realidad lo hago, me acostumbro, aunque con eso muera un poco.