Es difícil sincerarse con uno mismo, es fácil perder la costumbre.
Poco es lo que he deseado y muy poco por lo que he luchado. Ni siquiera estoy segura de haber luchado por algo.
Suele detenerme la sensación de que no lo merezco o que no pertenezco o que la vida es asquerosamente voluble.
Siempre he pensado que rogar por algo es un acto carente de sentido. O quizás para mi lo es, porque no hay nada que desee con fervor. Pase o no pase, no lo sabría apreciar. Y qué, si al final se hará la voluntad inexplicable, la independiente y terca 'voluntad'.
Nunca se ha tratado de lo que deseo. Si fuera así, si fuera tan simple como salir a buscar y encontrar, buscaría apoyo. Y no es que no tenga, es que me pesa, sobre todo cuando caigo en la cuenta de que la incondicionalidad es reversible, perturbable tras cada palabra, que jugar honesto no siempre es apostar a ganador, que todo puede malinterpretarse, que todo puede aburrir, todo puede terminar cansando.
La vida es muy rara, no me anima a construir un mañana donde nada de lo que tengo sirve como tal, porque requiere una medida, variable a cada instante, en una balanza que no sé usar.
No tengo la esperanza puesta en ningún lado, quizás por eso abunda el vacío.